viernes, 18 de junio de 2010

El síndrome de la vuvuzela

Todos los españoles esperábamos el inicio del Mundial de Sudáfrica con la misma fe que un almonteño espera la salida de la Virgen del Rocío. Aunque confiar ciegamente en que España ganará el mundial es el ejercicio de fe más grande jamás visto después del salto al vacío de Indiana Jones en "La última cruzada".

Desde que tengo uso de razón nuestro combinado patrio ha dejado en la memoria colectiva poco más que grandes y dramáticas decepciones. El codazo de Tassotti en el 94, la cantada de Zubizarreta en el 98, Al-Ghandour en 2002 o los últimos coletazos de una Francia vieja a la que subestimamos en 2006. A lo que hay que añadir la tanda de penaltis contra Inglaterra en el 96, el penalti de Raúl al cielo de Brujas contra Francia en 2000 y el ridículo en Portugal 2004.

Y a pesar de todo esto seguimos creyendo en los nuestros, y en 2008, al fin, se alinean los planetas y ganamos la Eurocopa. Pero ojo, que el tiempo distorsiona la historia... Recordamos a una España sublime que pasa por encima del resto como un rodillo. O eso nos cuenta la prensa cuando echa la vista atrás. Sin embargo, ganamos a Suecia con un gol de Villa en el minuto 97, necesitamos la heroica con Grecia para remontar el partido, y llegar a la tanda de penaltis con Italia para pasar de cuartos. No lo describiría precisamente como un camino de rosas. Al menos hasta ahí, porque Rusia fue un regalo en semis, después de la que le había caído en la fase de grupos. No voy a quitarle mérito a ese inolvidable triunfo, pero para ganar la Eurocopa de 2008 hizo falta que coincideran la mejor generación de futbolistas españoles de la historia, un cuadro asequible y suerte, mucha suerte. Y desde luego la historia nos debía una buena dosis de ésta.

Voy a lo que voy. ¿Que España juega como los ángeles? Desde luego. ¿Que somos una de las favoritas? Qué menos, somos campeones de Europa. ¿Que España va a ganar el Mundial? Echa el freno madaleno. Eso es como decir que un torero japonés va a triunfar en Las Ventas: quizá un día suceda, pero es poco probable.

Primer partido y batacazo ante Suiza. Yo nominaría al óscar a Ottmar Hitzfeld por su maravillosa interpretación de José Mourinho. Y también a Del Bosque por su papel de Pep Guardiola en la semifinal de Champions (aunque los actores de reparto suizos dejaban mucho que desear). Que Suiza fuera a salir más cerrada que Ávila no era ningún secreto. Y que esto es un mundial, y por tanto hay que contar con la mala suerte propia del evento, tampoco. Subestimar a los rivales nunca fue una buena idea en esto del fútbol, pero si además se trata de "la roja", es una temeridad imperdonable. Ah, y no estoy en absoluto de acuerdo con nuestro señor seleccionador, que piensa seguir "fiel a su estilo". A veces hay que variar, buscar otros recursos. Si un delantero tira diez penaltis por el mismo sitio, al final llega un portero zorro que le saca la pelota. Y Hitzfeld se la atajó a Vicente.

Quedan dos finales antes de que llegue "lo gordo". Seamos conscientes de nuestras limitaciones: tenemos el "gen de la roja" o de "las piernas que no responden", que se manifiesta en las grandes competiciones; tenemos mala suerte (siempre o casi siempre); y en un mundial hay árbitros malos, equipos revelación y campeones históricos que ya sacaron billete de vuelta para el día después de la final. Y todos esos son los rivales de España en Sudáfrica. Si queremos volver con la cabeza alta, toca luchar contra todos ellos.

Ah bueno, me dejo uno. Yo lo llamo el "síndrome de la vuvuzela". Sí, sí, la trompetita del Mundial. Ya lo vimos en nuestra primera visita a Sudáfrica en la Copa Confederaciones. La roja se atonta -y quien no- con el soniquete. Les pasa como a los murciélagos, que pierden el radar y se estrellan contra las ventanas. Les va mejor jugar entre olés, o pitos, o abucheos. La fuerza de la costumbre...

Eso sí, un servidor sigue creyendo. Tengo 25 años y he visto a un asturiano ganar dos mundiales de Fórmula 1, a "la roja" de basket ganar mundial y olimpiadas, a un mallorquín reventando Wimbledon ante el mejor tenista de la historia y, sin ir más lejos, hoy mismo, a un pívot catalán ganar su segundo anillo de la NBA. Hemos empezado mal, pero... ¡Podemos, coño, podemos!

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