sábado, 30 de enero de 2010

Nada aporta tu presencia

Nada aporta tu presencia
a esta ciudad inerte y anodina.
No eres la luz que le falta,
no rompes su estridente silencio
con tu andar pesado,
ni calmas el agitado viento
pese al vuelo de tu falda.
No son más grandes las plazas
porque tú las pisas,
tampoco te nota el alboroto
del mercado
si te mezclas en su encanto
de tumulto mudo.
No acristalas las ventanas
de la vieja fábrica
cuando posas la retina
sobre las ajadas vigas,
ni destruyes su sombra
de fantasma industrial
en las aceras.
No es tu abrigo azul
que colorea los autobuses,
ni tus manos que moldean
las estatuas que coronan
todas las glorietas.
No eres tú el horizonte
de las avenidas,
ni el raíl de todos los tranvías
rotos, perdidos.
Nada aporta tu presencia
a esta ciudad que se marchita,
y sin embargo,
cuánto pesa en sus calles
el vacío que has dejado.

lunes, 25 de enero de 2010

Nieva

Nieva, y desde el balcón los copos
son un lejano escuadrón de paracaidistas,
una blanca invasión aérea que se mece
portando consigo un aluvión de miedos
y una pregunta que encontrará respuesta
en las escarchadas copas de los pinos
o en el cálido suelo que, hostil,
espera su momento.

Nieva, y desde el balcón los copos
son los restos de un ángel roto por dentro,
cenizas fractales de un desliz de humanidad,
de grávidas pasiones sin un lugar en el éter
que se desgarran del alma y vienen a morir
en un mágico funeral de hielo al mundo.
Algunos lo contemplan, desde el balcón,
buscando una respuesta.

martes, 19 de enero de 2010

Sueño de vida

Merodea discretamente el amanecer por la ventana,
deja caer su luz infantil y la desliza travieso
a lo largo de la almohada hasta alcanzar el rostro.
Aún adormentado lo sospecho, lo espero
como cada día quince minutos antes que el despertador
anuncie una fecha y narre el titular de la mañana.

El olor a café expreso es casi visible, seguro palpable
-lo atraigo con las manos hacia la nariz y lo retengo
en una profunda bocanada de aire que me llena el pecho-.
Frotándome los ojos alcanzo la cocina, ignoro aquella nota
que yace junto a un bolígrafo azul mordisqueado.
Reacciona el inconsciente con un amago de sonrisa;
sutil e imperceptible se viene una cosquilla
a la comisura izquierda de los labios.

Remuevo el azúcar del café lenta e incesantemente,
en sentido contrario a las agujas del reloj,
como hago siempre, y me pierdo en la vista marítima
que se contempla tras los cristales, en el azul intenso
del agua, en la perfecta cadencia de sus ondas...

Escribo el último verso de un poema inacabado.
Cierro los ojos un segundo. Saltó el despertador:
"Buenos días Turín, veinte de enero de dos mil diez,
las ocho en punto en esta nublada mañana de invierno..."

lunes, 18 de enero de 2010

Arcoíris en el metro

Húmedas entrañas de una ciudad lúgubre,
sórdidos agujeros carentes de humanidad,
amasijo de hierro, cemento y carteles publicitarios,
melancólico acordeón que de viejo desafina,
oscuras venas colapsadas de inviernos,
parroquia donde reza el alma urbana.

Un asiento de madera y metal espera tu llegada.
Lo acaricias, lo vences -nada más frío que tus manos
en un día como este-. Te relajas, respiras al cristal
y escribes en el vaho la letra de una canción
que sólo tú conoces. Tarareas, me sonríes
y comienzas a buscar arcoíris en el metro.