Arcoíris en el Metro (2010)

ARCOÍRIS EN EL METRO
Húmedas entrañas de una ciudad lúgubre,
sórdidos agujeros carentes de humanidad,

amasijo de hierro, cemento y carteles publicitarios,

melancólico acordeón que de viejo desafina,

oscuras venas colapsadas de inviernos,

parroquia donde reza el alma urbana.


Un asiento de madera y metal espera tu llegada.

Lo acaricias, lo vences -nada más frío que tus manos

en un día como este-. Te relajas, respiras al cristal

y escribes en el vaho la letra de una canción

que sólo tú conoces. Tarareas, me sonríes

y comienzas a buscar arcoíris en el metro.
 


TE HE SOÑADO
Te he soñado en una playa lejana y fría,
con los pies desnudos enterrados en la arena

y la mirada clavada en los resquicios de la tarde,

derramando tu palidez incontestable

sobre la tímida luz que baña aquellos mares,

misteriosa, ladina, imperturbable.

Latidos de viento oxigenaban tu eterna languidez,

también la de tu pelo, que caía sobre los ojos

impasibles, casi cristalizados, perpetuos.

Me ha despertado la caricia glacial de tus manos

y me he adormecido nuevamente.

Estás tan cerca, y es sólo en sueños que te alcanzo. 



HOY ME ACERQUÉ A TUS COSTAS
Hoy me acerqué a tus costas
y vi mil barcos encallados en tus ojos.
Me senté en la proa a contemplar tu ocaso.
Icé las velas y partí con la noche
para no volver nunca.
Las aguas más azules
son traicioneras.
Los mares más bellos
se tragan a los hombres. 


LA ESPERA   
Un día sale el sol
y todas las carrocerías
de todos los coches
se pintan de rascacielos bocabajo.
Uno espera.
Espera tanto, tanto...
se adormece con las notas de un piano.
Y se despierta. Sol. Destelllos metálicos
y ruido de acelerones y frenazos,
y coches pintados de cielo.
Chasquea los dedos: ya cambió
-ya no tiene sentido aquella espera-.
Ya cambió. Ya se zambulló de lleno
en el caos de ser alguien.

Un día viene nublado.
Lluvia. Tintineos metálicos,
silencio afuera y uno se adormece
con las gotas de un piano. Notas
acuáticas del cielo.
Los coches siempre fueron rojos,
o azules, o blancos, o negros, o grises,
o a cuadros escoceses.
Uno espera.
Espera tanto, tanto
de la vida... que se duerme,
y corre el riesgo de que no haya nada,
nada, ahí fuera para cuando despierte. 



SUEÑO DE VIDA
Merodea discretamente el amanecer por la ventana,
deja caer su luz infantil y la desliza travieso

a lo largo de la almohada hasta alcanzar el rostro.

Aún adormecido lo sospecho, lo espero

como cada día quince minutos antes que el despertador

anuncie una fecha y narre el titular de la mañana.


El olor a café expreso es casi visible, seguro palpable
-lo atraigo con las manos hacia la nariz y lo retengo

en una profunda bocanada de aire que me llena el pecho-.

Frotándome los ojos alcanzo la cocina, ignoro aquella nota

que yace junto a un bolígrafo azul mordisqueado.

Reacciona el inconsciente con un amago de sonrisa;

sutil e imperceptible se viene una cosquilla

a la comisura izquierda de los labios.


Remuevo el azúcar del café lenta e incesantemente,

en sentido contrario a las agujas del reloj,

como hago siempre, y me pierdo en la vista marítima

que se contempla tras los cristales, en el azul intenso

del agua, en la perfecta cadencia de sus ondas...


Escribo el último verso de un poema inacabado.

Cierro los ojos un segundo. Saltó el despertador:

"Buenos días Turín, veinte de enero de dos mil diez,

las ocho en punto en esta nublada mañana de invierno..." 




NADA APORTA A TU PRESENCIA
Nada aporta tu presencia
a esta ciudad inerte y anodina.

No eres la luz que le falta,

no rompes su estridente silencio

con tu andar pesado,

ni calmas el agitado viento

pese al vuelo de tu falda.

No son más grandes las plazas

porque tú las pisas,

tampoco te nota el alboroto

del mercado

si te mezclas en su encanto

de tumulto mudo.

No acristalas las ventanas

de la vieja fábrica

cuando posas la retina

sobre las ajadas vigas,

ni destruyes su sombra

de fantasma industrial

en las aceras.

No es tu abrigo azul

que colorea los autobuses,

ni tus manos que moldean

las estatuas que coronan

todas las glorietas.

No eres tú el horizonte

de las avenidas,

ni el raíl de todos los tranvías

rotos, perdidos.

Nada aporta tu presencia

a esta ciudad que se marchita,

y sin embargo,

cuánto pesa en sus calles

el vacío que has dejado. 





MILÁN
Nuevas tapas, viejos tacones
para realzar aún más sus piernas quebradizas.
Se contoneaba por una pasarela de sueños,
despertó en un burdel, cansada, desnuda
y sola.

Se rompió, como vidrio de aquella mesita
con restos de polvo blanco.
Ni las oscuras lentes de sus gafas de diseño,
ni el maquillaje de marca -obsequios
de algún sucio vendedor de quimeras-
camuflan ya las negras ojeras
que de flashes y lágrimas lleva tatuadas.

Nuevas tapas, viejos tacones
para una ciudad donde el éxito
y el fracaso
se cruzan desfilando
en mitad de una delgada pasarela.


CADA HORIZONTE 
Cada horizonte que atravieso
deja algo más en mí
que una huella en el seso.
Una puerta se abre
y un nuevo olor se viene a los pulmones;
una nueva luz contrae las pupilas;
una confusa cantinela de nuevos sonidos
invade los oídos; el cerebro respira...


Cada horizonte que atravieso
es una nueva ciudad, un murmullo diverso,
una tez que da otro tono más a la gama
de mis experiencias, un tacto desconocido,
un universo cromático de iris inexplorados.


Cada horizonte que atravieso
roba un ladrillo al tiempo
y edifica la memoria.
Cada horizonte que atravieso
no me cambia: me construye.


NIEVA
Nieva, y desde el balcón los copos
son un lejano escuadrón de paracaidistas,

una blanca invasión aérea que se mece

portando consigo un aluvión de miedos

y una pregunta que encontrará respuesta

en las escarchadas copas de los pinos

o en el cálido suelo que, hostil,

espera su momento.

Nieva, y desde el balcón los copos
son los restos de un ángel roto por dentro,

cenizas fractales de un desliz de humanidad,

de grávidas pasiones sin un lugar en el éter

que se desgarran del alma y vienen a morir

en un mágico funeral de hielo al mundo.

Algunos lo contemplan, desde el balcón,

buscando una respuesta.
 


AMANTES A LA FUGA
Sus miradas se encontraban cada día a las seis de la tarde
en algún punto del cristal de aquel escaparate.

Se buscaban a lo largo del vidrio confundidas

entre marcas y precios de zapatos de fiesta.

Alguna vez sintieron sus respiraciones o el aroma
agridulce resultante de la mezcla de sus perfumes.

Pero nunca ninguno giró la cabeza, ninguno

miró nunca de reojo, ninguno habló. Nunca.


Día tras día se encontraban sus miradas a las seis

en algún punto del cristal de aquel escaparate.

Sus cuerpos se fueron vaciando de vida,

de amor, de tiempo, de muerte y de alma.


Desaparecieron. Sus nombres coincidieron

por primera vez unidos en una lista de la policía,

ignorando el uno las sílabas del otro,

tan intencionadamente extraños.


La prensa publicó el testimonio de un empleado

de aquella zapatería y titularon "Amantes a la fuga".

Un poeta reescribió: "dos reflejos, dos espectros, un amor

para siempre congelado en el cristal de un triste escaparate".
 


PENÉLOPE
No encontraré el camino, Penélope.
No destejas las noches, no esperes.

Huiré, como hice siempre, tan cobarde,

tan míseramente lúcido,

tan trágicamente exento de locura,

avergonzado por dentro,

náufrago en las heladas aguas

del conformismo y el miedo

-edema agudo del alma-.

No mires al mar, Penélope.

No me busques en las nubes.

Yo seguiré perdido y derrotado,

en algún lugar sin vida,

refugiado en la memoria,

echándote de menos.