lunes, 6 de septiembre de 2010

Reencuentro

Han pasado ya casi dos meses. Abro un cuaderno aparentemente en blanco confiando en encontrar alguna anotación que me reenganche al tiempo que se fue y que inexplicablemente ha vuelto disfrazado de trenes, autopistas y rostros conocidos.

Al fin la encuentro. Sabía que aquel yo nunca hubiese dejado un cuaderno vacío; sería faltar a una promesa que se hizo a sí mismo y que lo mantenía en pie aunque su pequeño mundo se viniera abajo cada vez que la realidad le atizaba en la cara.

"Olas que rompen contra sí mismas, como una inmensa duda de agua y viento". No recuerdo el cuándo ni el dónde de aquella nota, ni siquiera la reconozco como mía, o suya, o de ese yo anterior a que el huevo se resquebrajara y lo que soy ahora asomara la cabeza. Quizás entonces ya sabía del cataclismo por venir, ya intuía la caída, la vuelta de tuerca; quizás era más sabio de lo que creía. Quizás en el fondo conocía el resultado de mi búsqueda futura y temía que llegara este momento: el retorno de un ulises destronado y condenado al exilio que entre sus manos sólo trae recuerdos de un viaje, y entre sus labios el vacío que queda después de haber saboreado una gloria tan efímera como el tacto de una prostituta.

Parece que aquel yo hubiese escrito ese verso para que este lo encontrara hoy, en un tren con destino incierto, en el inicio de otro viaje inevitable. Parece que ya hubiera previsto este brusco reencuentro donde pasado y presente son olas que rompen contra sí mismas, como una inmensa duda de agua y viento.