sábado, 26 de septiembre de 2009

Turín

Colinas verdes desfiguradas por la grisácea neblina
se apostan a los flancos de la pétrea Turín momificada
salpicando de bosque el horizonte de las rectas avenidas.
Se hace fuerte el río en el este, eternamente sostenido
por los sólidos pilares de puentes curvilíneos.
Al oeste, las mañanas despejadas dejan entrever
la colosal amenaza de la gélida blancura alpina.

Una vidriera étnica atraviesa veloz la cuadrícula urbana,
frenéticos sus pasos y ropa oscura en movimiento firme,
café solo desde la barra y continúa la intensiva jornada.
Las nubes asesinan el atardecer y cae la noche súbita.
Se vacían los pórticos, se llenan los autobuses
y quedan tan sólo algunas gotas de juventud dispersas.
La oscuridad abre una compuerta y veloz se vierte el frío.

Turín nace y muere cada día.
Siempre la misma, siempre tan distinta.

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