viernes, 11 de febrero de 2011

La florista y su caja de costura

Con su presencia de rosa inerte
descosía tardes marchitas,
hilvanaba los pétalos huídos
con cada mentira que albergaba,
conspiraba besos tardíos,
frutas de un día,
y remendaba amaneceres
con lágrimas impúdicas
perdidas en su escote,
como un rocío fingido.

Se marchaba deshojándose
en el asiento trasero
de un taxi amarillo.
Yo buscaba algún vestigio
entre las mantas,
un recuerdo intacto
que mitigara su fugacidad homicida,
algún aroma eterno.
Y bajaba aquellas viejas escaleras
preguntándome adónde irán a morir
todas las flores.

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